Arte

El fetiche de Irina

En Irina Palm, el serbio Miki Manojlovic, actor descubierto por Kusturica, encarna a un empresario del mercado del sexo con el olfato suficiente como para reciclar el concepto del glory hole en una suerte de todo a cien del alivio para el cliente hetero. Probablemente, el personaje de Manojlovic no sea consciente de esa sutileza, pero el director y co-guionista -el alemán Sam Garbarski-, sí: este glory hole reconvertido casi en máquina tragaperras masturbatoria destila la idea del sexo de pago casi en un haiku visual, una abstracción minimalista que resuelve muchos problemas de representación en una película con la mirada puesta en el gran público.

Alma y Corazón
Irina Palm sostiene su argumento en una transgresión radical de la práctica del glory hole: frente al fetiche del anonimato, la película de Garbarski explora lo que hay al otro lado del agujero para desvelar una tragicómica historia de entrega y sacrificio, de amor incondicional que acabará obteniendo sus recompensas. Y Garbarski lleva a cabo su juego creyéndose a pies juntillas esa premisa con un pie en el absurdo: no hay en Irina Palm un punto de partida chocante que se vaya rebajando hasta tocar el suelo de lo convencional, sino la inesperada osadía de llegar hasta las últimas consecuencias, tanto en lo que su película tiene de humor esquinado y heterodoxo como en su sustrato sentimental, humanísimo y conmovedor.

No sería lo mismo Irina Palm si frente a la fatigada melancolía de perro pulgoso y apaleado de Manojlovic no estuviese la mirada cargada de historia(s) y la carne superviviente de mil turbulencias de Marianne Faithfull, que es alma, corazón y vida en una película que nació ingeniosa y quizás pequeña, pero que su presencia ha convertido en celuloide perdurable. En la película de Garbarski, la Faithfull encarna a una abuela dispuesta a todo por salvar la vida de su nieto: su particular camino de sacrificio la llevará a convertirse en inesperada estrella del sexo manual y a encontrar su otoñal media naranja en el lugar más improbable. Película astuta, capaz de meterse al público en el bolsillo, Irina Palm funciona, en cierto sentido, como la mentalidad empresarial del personaje encarnado por Manojlovic: coge una idea de choque y la empaqueta para el consumo fácil, pero logra que la operación funcione a las mil maravillas.

Por Jordi Costa
El País / España

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