Negocios

¿Es el ego realmente un problema?

El tema del “ego del diseñador” es recurrente. Sin embargo, siempre nos referimos al ego del otro, no al propio. ¿Y si pusiéramos atención sobre la forma como nuestro propio ego funciona, a favor o en contra de nuestro negocio?   

¿El llamado “ego del diseñador” es una ventaja o una desventaja?

Menciono brevemente dos situaciones, que conozco de primera mano:

Primer caso, tenemos un diseñador exitoso, multipremiado. Su relato: “mi ego fue una gran ventaja, para poder imponer mis ideas por sobre las que traían los clientes… eran tan pobres que en ningún caso habría seguido en el proyecto si hubiese tenido que trabajar con ellas”.

Segundo caso, un director de estudio creativo relata (hablando acerca de uno de sus socios): “es un irresponsable; su ego fue el causante de la pérdida de la cuenta; si no le hubiese dicho al cliente lo que pensaba de la forma como nos tiene acostumbrados, seguramente seguiríamos trabajando con ellos… pero claro, él es tan buen diseñador que ahora habría que preguntarle cómo pagar el alquiler…”.

En ambos casos, y aunque el primero no lo parezca, tenemos dificultades económicas. En el segundo debido a la actitud del creativo que, casi como si se lo propusiera, boicotea todo proyecto que no satisface su necesidad creativa; en el primero, su reputación empieza a jugarle negativamente.

Es posible que no sea entendido por todos de la misma forma, pero si he comprendido la definición del ego del diseñador desde la opinión de los propios diseñadores, se trataría de una expresión que denota una posición de superioridad, autosuficiencia y soberbia del otro (nunca de uno mismo), respecto a sus colegas, sus clientes y el mundo en general.

Yo creo que el ego en sí mismo, así expresado, no es ni bueno ni malo. Deberíamos contextualizarlo para comprender el alcance y las consecuencias del mismo en nuestro caso, no en el caso de otros. Porque solo podemos trabajar sobre nosotros, y no sobre terceros.

Por ejemplo: un martillo, ¿es bueno o es malo? Ello depende, porque se trata de una herramienta que puede utilizarse para construir o para destruir.

Pasa lo mismo con el llamado “ego”.

Aunque más arriba expresé cómo he entendido al ego del diseñador cuando otros diseñadores se refieren a él, he también notado que se denomina ego a diferente tipo de comportamientos: algunos interpretan al ego manifestado cuando una persona es segura de sí misma o expresa soberbia; pero es más marcado cuando se percibe desprecio por el otro (muchas veces utilizando el chiste, lo que no lo hace menos dañino), la imposición agresiva de las ideas, el silenciar al otro a través de la burla, etc.

Sin embargo el ego también está presente en aquellas personas que, teniendo seguridad y confianza en sí mismas, manifiestan un comportamiento diferente: abierto al diálogo, compartiendo conocimientos y experiencias, sinceramente preocupados por la opinión del otro y la construcción con el aporte de todos los involucrados. Pareciera que el ego, en estos casos, es positivo.

Yo creo que no nos molesta el ego del otro; nos molesta la forma como el ego del otro se manifiesta. Nos molesta cuando el otro nos maltrata. No nos molesta el qué, sino el cómo. No nos molesta que nuestro cliente tome una decisión que nosotros no tomaríamos; nos molesta que ni siquiera tomen en cuenta nuestra opinión, que la desvaloricen o desprecien.

Volviendo a las dos situaciones del principio… ¿qué sucedió luego?

En el primer caso, el diseñador fue comprendiendo la diferencia entre su seguridad y autoridad profesional y la necesidad de hacer su voluntad por sobre todas las cosas. No desaparece el ego (manifestado como comportamiento de quien es autoridad en la materia); lo que se desvanece es la necesidad de imponer una voluntad. La relación con los clientes mejora, los ingresos se incrementan.

En el segundo caso, fue efectivo pedirle al diseñador que “dejara de comportarse como una  adolescente caprichosa de quince años”, para generar un ambiente de trabajo con los clientes que favoreciera el desarrollo del negocio del estudio. ¿Qué sucedió? El ego no desapareció; el diseñador aceptó el rol donde más aportaba (no era, precisamente, en las reuniones con clientes). Con el tiempo, abandona el estudio. Sus socios contratan a otro diseñador (ya no como socio sino como empleado), quizás menos talentoso que el primero, pero mucho mejor predispuesto a cumplir con su trabajo (servicio, no arte).

En definitiva, el ego en sí mismo no es el problema porque todos lo tenemos. El problema puede ser qué hacemos con el ego, por los resultados que obtenemos.

+info: fernandodelvecchio.com